Recurrir a las tarjetas de fidelidad para premiar al consumidor fiel con productos de ocio gratuitos fue una iniciativa americana que llegó a nuestro país a mitad de los años noventa del pasado siglo XX, de la mano de la sociedad PMS, con su tarjeta Turyocio. Su principal aliciente eran los turys, unos puntos que se conseguían en todas las operaciones que se realizaban en los establecimientos participantes en el proyecto y que se podían cambiar por escapadas de fin de semana o entradas para parques temáticos o espectáculos.
La Turyocio dio el pistoletazo de salida. A partir de entonces, el uso de la tarjeta de fidelidad en España ha evolucionado in crescendo. Ahora, en nuestros monederos, además de la Turyocio, tenemos tarjetas de supermercados, de compañías aéreas, de perfumerías, de tiendas de deporte y de moda, etc. Que conviven, también, con el resto de las tarjetas clásicas que si bien no son de fidelidad sí son de pago.
Y es que las tarjetas de fidelidad se han convertido en un guiño para el consumidor, en un activo muy valioso para los distribuidores como arma de fidelización, pero también por la profunda y rentable información que pueden extraer de sus clientes, y para el fabricante, en una importante herramienta táctica para promocionar sus marcas.
Según nuestro estudio actitudinal TNS LifeStyles, la totalidad de los responsables del hogar (97%) opina que las tarjetas de los distribuidores no son una mala idea, 8 de cada 10 poseen, al menos, una de las once ofrecidas por los distribuidores españoles y un 75% de los compradores las usa de forma habitual.